El Basilisco

  
Una mañana de invierno, una casa de campo gastada,
unos retazos de niebla acariciando la escarcha
—Los soles y las lluvias han hecho notar su ida y vuelta—,
una familia sencilla que apenas despierta.

En el patio frío, se escucha el cantar de un gallo
y Margarita, aterrorizada, deja caer los platos.
La familia, temerosa, se levanta a mirar por la ventana;
descubren empinada, entonando, a una gallina anciana.

El hijo mayor se viste y sale con hacha en mano;
corre hasta el gallinero a matar al ente profano.
Desde lejos se logra oír, el abrupto corte seco;
la sangre, a borbotones, riega el helado suelo.

Juan intenta dar con la semilla de la muerte;
finalmente, el pequeño huevecillo no aparece.
El futuro de aquella familia se volvió oscuro;
comenzaron a buscar brujos, hechizos y conjuros.

—Era el séptimo año de su larga y cansada vida;
de su ala cálida nacieron, cientos de avecillas.
Durante una noche de luna llena brillante sintió
cómo la oscuridad de un demonio la invadió;

supo en ese mismo instante que el brazo de la muerte
alcanzaría pronto su alma, indefectiblemente.
A la mañana siguiente, como un suspiro de agonía,
sintió que, por última vez, podría dar vida.

El resultado, un huevo pequeño, redondo y blanco.
Fue tanta la emoción que, sin querer, lanzó el canto
y apenas terminó, vio acercarse con presura a Juan;
rápidamente, lanzó el fruto de la oscuridad fuera del corral.

Cuando se perdió tras el cerro, el último rayo de sol,
de la tierra empapada en sangre maldita se levantó,
una forma vaporosa con apariencia de serpiente.
Dejó bajo el cobijo de una incubante al pequeño simiente.

Tras veintiún días de calor, el embrión emergió;
un diminuto gusano rojo que por la tierra se arrastró
durante largas horas nocturnas hasta llegar bajo la casa
para aposentarse allí hasta obtener el poder de su raza.

Su ser bañado en sangre demuestra su madurez incipiente.
Tiene cuerpo y cabeza de pájaro, pero cola de serpiente;
no tiene patas que lo sostengan, por el barro se arrastra.
A los seis meses, por las noches, comenzó a visitar la casa—.

Ignacio, el padre, era un hombre viejo, pero saludable;
meses después del trágico evento, comenzó a enfermarse;
en tan solo unas semanas, se volvió pálido y flaco;
su piel se tornó magenta y, al final, quedó postrado.

Cada noche, el Basilisco se deslizaba hasta su cama;
se posaba sobre su pecho; la flema y la vida robaba.
No lo pudieron detener porque mata al mirar,
es su forma de defensa, para no dejarse atrapar.

La familia intentó sanar a Ignacio, conociendo el origen del mal.
Con todas las técnicas y ritos, al Basilisco trataron de echar,
pero cual demonio encarnado, les resultó imposible.
El destino ya estaba firmado para este hombre humilde.

Como última opción desesperada, buscaron
a un brujo del pueblo, el más antiguo y experimentado,
con la esperanza de salvar a los que aún no padecen
del sombrío y luctuoso final que no merecen.

Hay cruces de mechay en las cuatro esquinas de la casa
y del agua bendita hervida, en el piso se ven las marcas.
Al centro de la sala descansa, bañado en lágrimas, el ataúd.
El tormento ha finalizado, los que quedan al fin ven la luz...
  
Morgan Le Sorcier. 26-10-14