Convento de sombras - Reunión

  
—Reunión—

El eco de las sirenas de ambulancia se escucha
en el aire sobre las oscuras calles empedradas.
Un convento gótico de roca beis gastada
es el escenario de la desesperada lucha

por salvar la vida de las cientos de religiosas
que cayeron víctimas de un extraño mal;
a las doce de la noche en punto, las comenzó a matar,
derramando sangre por los oídos, ojos y boca.

Las únicas sobrevivientes fueron las que estaban
al pie del cristo crucificado del patio central.
Tan pronto termino el calvario esa madrugada,
huyeron del convento maldito sin mirar atrás.

Donde antes se escuchaban campanadas y rezos,
ahora reina el silencio que, de vez en cuando,
es roto por el estrepitoso canto de los cuervos
que recuerdan, lapidariamente, el fin del lugar santo.

Es una tarde tibia y tranquila de otoño.
Las hojas secas llenan la infinidad de oquedades;
llevadas por el viento a través de las viejas calles.
A lo lejos, el caminar de un hombre algo tosco

marca el tiempo en cada paso lento.
El negro de su traje formal contrasta con el rostro
pálido y siniestro de profundos ojos negros;
se detiene en la entrada principal, bajo el domo.

De su bolsillo, saca la gran y antigua llave;
el sonido de los engranes rompe el letargo
de las almas confundidas que de muerte no saben.
Al cruzar el umbral, el cielo lanza airado

un rayo de entre las nubes negras y lluvia repentina.
Desde ahí en adelante, los muros antes claros
fueron ensombrecidos como cubiertos en tinta;
el antiguo convento se volvió lúgubre y opaco.

Extrañas personas comenzaron a verse llegar,
de semblante oscuro y actitud misteriosa.
Desconocidos pájaros negros se vieron revolotear
torpemente sobre el convento, una noche tras otra.

Con el pasar de los días, los que antes caían
violentamente sobre el piso, sangrando,
planeando en la oscuridad, afirmaron su vuelo
y sobre los techos altos, formaron un círculo negro;

en los pasillos sombríos, entre las columnas,
reposan enhiestos como estatuas los cuerpos
de decenas de brujos, sin derramar gota alguna
de sus almas marchitas por el tiempo eterno;

sus corazones laten y por sus cuellos sin cabeza
aún se percibe el aire pasar, como jadeos de bestias.
en la noche de negra y densa inmensidad,
se escuchan los cantos de celebración y oscuridad.

Durante los meses siguientes, hubo aparente calma.
Desde lo alto, se ven los patios empapados, vacíos,
tras la cerrada, blanca y elegante cortina de lluvia y frío
y en un cuarto del convento, Friede descansa sobre su cama…
  
Morgan Le Sorcier. 19-12-14